No soy lego en béisbol ni en ningún deporte. Jamás he
dirigido ningún equipo deportivo, apenas jugué algo de béisbol en mi infancia.
Ni siquiera tengo la oportunidad de ir a los juegos del equipo rojo con la
frecuencia que quiero. Tampoco soy sicólogo, administrador o practico alguna
otra profesión que sugiera experticia en lo que aquí expongo; tan solo soy uno de miles de aficionados a
este equipo que nos desvelamos e inclusive amanecemos con un sabor amargo cuando
el equipo pierde y que ahora estamos sufriendo una terrible frustración e
impotencia. Esto lo escribo porque no soporto la sensación indescriptible que
invade mi cuerpo después de esos dos últimos fatídicos juegos con los Leones
del Caracas; sensación que en mayor o menor grado invade a cada uno los que por
alguna razón amamos al Cardenales de Lara; esa sensación que expresó El
Narrador al despedirse cuando dijo “con un profundo dolor en el corazón”.